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Para muchos los migrantes no son más que una mercancía

Marco A. Castillo

Director Ayuda en Acción México

A las 11 en punto de la mañana del 26 de abril del 2010, Markel Redondo y yo llegamos a Arriaga, un pequeño pueblo del sureste mexicano. Nuestra intención, abordar el tren conocido como “La Bestia”. Tren conocido en el mundo entero porque en él viajan las esperanzas más desprotegidas de muchos países de Centroamérica y México. Hacía ya meses que en el equipo de Ayuda en Acción en México nos rondaba la idea de acompañar a las personas que por necesidad tenían que salir de forma forzada a buscarse la vida, no a una ciudad próxima o a alguna planta para el corte de café o de jitomate, sino de aquellos que habían decidido ir a buscar el sueño americano.

Para muchos funcionarios los migrantes son personas a las que se les puede extorsionar, vender y abusar.

Ya para ese entonces los datos eran altamente preocupantes, sabíamos que de México salían al año cerca de 450.000 mexicanos a buscarse la vida hacia los Estados Unidos, y que cerca de 230.000 personas provenientes de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala hacían lo propio. De esa fecha a hoy, los datos van aumentando. El flujo de personas provenientes de Centroamérica ha crecido hasta alcanzar los cerca de medio millón de personas que atraviesan la frontera mexicana de forma no legal, y en México también se alcanza una cifra similar. Y junto al crecimiento de este número, en estos años el fenómeno de la movilidad social se complejizó –volvió más complejo–. Ahora ya no sólo migran hombres jóvenes y maduros, a ellos se sumaron mujeres, jóvenes y niños y niñas. Nuestro interés al subir a “La Bestia” no sólo era conocer de primera mano el fenómeno migratorio, sino también el de ponerle rostro y entender las historias de vida que estaban detrás, lograr comprender por qué los gobiernos entendían este fenómeno como un asunto de seguridad nacional y no como un tema de derechos, el derecho a la libre movilidad y la autodeterminación.

Al dar las 12.30, “La Bestia” se empezó a mover y, de pronto y sin saber de dónde, cientos de señores, jóvenes, mujeres y niños y niñas empezaron a correr para subir a un tren en marcha llevando a espaldas tan solo un cobertor –manta o colcha–, unos tenis viejos y sus sueños, el sueño de vivir mejor. El viaje desde entonces ha durado 6 años y en este tiempo hemos aprendido todo y poco. Hemos aprendido que para muchos funcionarios de gobierno sin importar el país, el nivel o la corporación, los migrantes no son más que una mercancía, ni siquiera un riesgo para la seguridad nacional. Son personas a las que se les puede extorsionar, vender y abusar. Para 2014, cerca de 25.000 migrantes habían sido secuestrados o extorsionados, cerca de 10.000 mujeres habían sufrido algún tipo de abuso sexual y cerca de 11.000 personas habían perdido la vida en el viaje. En este tiempo también entendimos que el contubernio autoridades y cárteles de traficantes y narcos, permitía hacer negocios jugosos y que los migrantes eran vistos solo como objetos. Tratarlos como personas que no tienen derechos facilitaba todo lo anterior.

Pero, también en este camino, hemos conocido colectivos que piensan distinto. Hemos caminado junto a Las Patronas apoyando sus procesos de ayuda humanitaria y la defensa de los derechos de los migrantes; junto con el padre Solalinde entendimos la importancia de contar con espacios integrales para su atención; con Iniciativa Ciudadana y la creación del Colectivo Estación Cero avanzamos en el impulso de leyes que reconozcan el derecho a la movilidad como un derecho universal; con el Frente Indígena binacional de Oaxaca, a negociar con los Estados; y con Voces Mesoamericanas a impulsar proyectos de buen vivir con enfoque transnacional.

El derecho a la movilidad humana aún es un reto como derecho y como acto natural de nuestra cotidianidad. Desde Ayuda en Acción seguimos trabajamos desde lo cotidiano para que este derecho se reconozca como tal, que los procesos de construcción de buen vivir aseguren que nadie se vaya por necesidad y que los gobiernos cumplan con su obligación de salvaguardar los derechos de las personas.

Infografía por Cintia Ramírez - ver a tamaño completo
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